La UTN Buenos Aires homenajea a veteranos de Malvinas
Enrique Gianelli y Alejandro Arroyo Arzubi participaron del homenaje que les realizó la UTNBA en el programa de radio Buenos Aires Tecnológica.
El 2 de abril de 1982 comenzó la Guerra de Malvinas, por la cual 649 soldados argentinos no volvieron a casa, y a los que volvieron, por mucho tiempo se los ignoró y ocultó.
Es por eso que la UTN Buenos Aires los homenajea cada año, a modo de agradecimiento por haber defendido la patria. Los ingenieros Enrique Gianelli y Alejandro Arroyo Arzubi, ambos Veteranos de Malvinas, hoy se desempeñan como docentes de la UTN, Eduardo en la Facultad Regional Haedo y Alejandro en UTNBA.
Aquel 2 de abril de 1982, Alejandro, militar de carrera, estaba destinado en Mercedes dictando la instrucción de la clase 63, que acababa de incorporarse. Por radio, ese mismo día, supo que las Islas habían sido recuperadas. “Automáticamente recibimos la orden de volver al regimiento. En esos días nos indicaron que teníamos que convocar a los soldados de la clase ’62, que se habían dado de baja, y licenciar a los de la ’63. Sorprendente se presentaron todos, hasta los desertores de años anteriores. Todos querían ir a Malvinas”, recordó Arroyo Arzubi.
“Luego de unos días nos trasladamos a El Palomar –continuó-, a la espera de un avión. Ninguno sabía a dónde íbamos a ir, salvo el Jefe de regimiento. Sabíamos que íbamos a defender a la Patria, nada más. Nos subieron a un Boeing que nos llevó hasta Río Gallegos y allí pasamos a un avión Fokker. Una vez en el aire nos contaron hacia donde nos dirigíamos. Así fue como un martes 13, a las 3 de la mañana, llegué a Malvinas”.
Gianelli se graduó como Ingeniero Mecánico en la UTNBA en 1978. Después de recibirse ingresó a las Fuerzas Armadas como oficial del cuerpo profesional. En los años 1980 y 1981 se desempeñó en el crucero General Belgrano, y a fines del ’81 pasó al destructor Hércules.
En marzo de 1982, salieron a la primera navegación de entrenamiento: “volvimos a fin de mes y nos dieron franco hasta el domingo siguiente. Cuando volvimos, ese domingo 28 de marzo, hicimos la formación en cubierta. En ese momento ocurrieron dos cosas que me llamaron la atención: primero nos dieron la orden de que a partir de ese momento se cortaban las comunicaciones hacia afuera de la unidad, y luego convocaron a todos los oficiales a reunirse en la cámara. Cuando entré al comedor veo a mi derecha un plano enorme de Malvinas. Ahí no hubo más nada que explicar. Así fue como, a minutos de zarpar, nos enteramos de que íbamos a las Islas”.
Los sentimientos de lo que estaban viviendo eran encontrados. Por un lado, el orgullo de formar parte de un momento histórico como la recuperación de las Islas, pero en el continente habían quedado las familias, de las que no habían podido ni despedirse.
“Mi esposa sabía que había ido a navegar, pero no a dónde. Cuando volví de Malvinas a Puerto Belgrano, los primeros días de abril, para reabastecernos, pude hablar con mi señora y mi familia de Buenos Aires, que no tenían idea de dónde había estado. Mi hermano mayor, al enterarse, se llenó de orgullo porque había participado de la recuperación de las Islas. Me acuerdo que la llamó a mi mamá, y cuando le contó emocionado, mi mama se enojó con él, por la preocupación”, explicó Gianelli.
La situación en las Islas cambió el primero de mayo, cuando se produjo el primer ataque aéreo. A partir de ese momento dejó de funcionar el correo y las comunicaciones con el continente se limitaron a telegramas en los que se elegía el mensaje entre 3 textos preestablecidos.
Alejandro se desempeñó como oficial de personal y ayudante del Jefe de Regimiento. Durante el conflicto permaneció en una posición defensiva, cerca del aeropuerto de Puerto Argentino. Después del 14 de junio comenzaron a recibir allí a los soldados que volvían luego de replegarse. “Fue un momento muy triste porque nos dábamos cuenta de que había gente que faltaba”.
Dentro del Destructor Hércules, Gianelli, era quien se ocupaba del control de combustible y de las averías que sufría el barco, entre otras cosas. “Mi labor era reparar entradas de agua, cortes de electricidad, hacer tendidos volantes. Nuestro lema era, hacer que el barco mínimamente flote, si flota tratar de que navegue, y si flota y navega, que trate de combatir”, expresó Gianelli.
Al finalizar la guerra y tras algunos días detenidos volvieron a casa, pero el retorno fue por caminos distintos: Al llegar a la base militar, Gianelli no tuvo ningún tipo de recibimiento. En cambio, Arroyo Arzubi llegó al continente en el ARA Bahía Paraíso. Primero lo trasladaron a la escuela General Lemos, en Campo de Mayo, en donde estuvo 3 días. Y luego viajó en micro al Regimiento de Mercedes. “Cuando pasábamos por la ruta la gente nos aplaudía. Y nosotros habíamos perdido la guerra, pero de alguna manera nos reconocían lo que habíamos hecho”.
Ya en sus hogares, ambos debieron enfrentar un nuevo desafío. Insertarse en una sociedad que los miraba de reojo y prefería olvidar.
Poco tiempo después de volver, Enrique se dio de baja de las fuerzas armadas y comenzó a transitar la vida de civil. Buscó trabajo en empresas, “siempre ocultando del currículum todo lo que estuviera relacionado a las fuerzas armadas, porque en muchos lugares estaba mal visto. Éramos los locos de la guerra”.
Alejandro, por su parte, comenzó la carrera Ingeniería Informática, algo que terminó de decidir una noche en Malvinas. “Argentina tenía unos proyectiles Exocet, que le había comprado a Francia y eran mar-mar, por lo que debían ser lanzados desde un barco. Cuando quedaba uno, los ingenieros argentinos de la armada, lograron desmontar un lanzador de uno de los barcos y lo lanzaron desde tierra. Esto pasó un 12 de junio. Yo estaba de guardia cuando de pronto vi un fogonazo que salía de mi izquierda y de pronto se ilumino el horizonte. Le habían pegado a una fragata inglesa, el destructor Glamorgan, dejándolo fuera de combate. En ese momento tomé la decisión de estudiar Ingeniería”.
Años después del conflicto, ambos lograron de a poco comenzar a hablar del tema.
“Todos pasamos por un periodo de silencio. Algunos más largo, otros más corto. Una vez terminada la guerra yo no comentaba nada, o lo menos posible, porque era algo que quería olvidar”, explicó Enrique.
Arroyo Arzubi recordó que “al principio la gente no habla. Pero las personas no somos iguales. Cada uno lo vivió de forma diferente y le tocó estar en lugares distintos. Esto hace que las reacciones sean distintas”.
Ambos comenzaron su carrera en la docencia en el año 2000. Enrique decidió volcar sus años de experiencia en la UTN Facultad Regional Haedo, aunque reconoce que “fue una casualidad llegar ahí. Le dediqué toda mi vida a la industria automotriz, y esto me daba la posibilidad de seguir sintiéndome Ingeniero”.
Alejandro, en cambio, ese mismo año fue convocado por la UTNBA para dictar la materia Comunicaciones, trabajo que realizó un par de años hasta que fue destinado a la ciudad de Pigüé. “Recién cuando volví a ser transferido a Buenos Aires pude retomar mi actividad como docente. Hoy doy clases en dos materias, Comunicaciones y Redes de Información”.
Con el paso de los años, ambos coinciden en que, si hay algo para rescatar de la guerra, son los hermanos de la vida que esta les dejó.
“Somos hermanos de la guerra. Un hecho histórico como este, en un momento determinado, nos encontró. El sentimiento, la comprensión que tiene otro veterano por vos es muy fuerte”, describió Arroyo Arzubi.
“Cuando te encontrás con otro veterano, te habla de igual a igual, sin importar la jerarquía. Así no hayamos estado en la misma unidad nos entendemos, porque vivimos lo mismo”, agregó Enrique.
Todos los años se reúnen los oficiales y suboficiales de cada regimiento frente una plazoleta donde antiguamente estaba el regimiento con el cual fueron a Malvinas. “Es muy importante para nosotros, porque hace que nos unamos cada vez más. Al principio no iba mucha gente, pero año a año el número fue creciendo. Gracias a esto uno de a poco se va aflojando y curando las heridas en el alma”, reconoció Alejandro.
“Los veteranos no sólo hicieron el esfuerzo en Malvinas -continuó-, sino que lo siguen haciendo ahora. Se organizan en centros, por localidad, para hacer un montón de tareas. Dan clases en los colegios. Se mueven para que escuelas tengan nombres de veteranos, o que alguna calle del pueblo lo tenga”.
“Es una guerra que no tiene héroes. Y estamos buscando que se los conozca y reconozca. Porque hay muchos héroes que todavía están vivos, y la gente no lo sabe”, concluyeron.